domingo, 5 de mayo de 2013

UN TEXTO QUE ANALIZA LA INFANCIA EN LA ACTUALIDAD



 "Variaciones en el vínculo parento filial lo largo de la historia" 
por JULIO MORENO
 DEL SEMINARIO DE FLACSO EDUCACION INICIAL Y PRIMERA INFANCIA

El niño actual




¿Qué ocurre en nuestros días?, pregunta que, por estar en plena transición y por implicar tanto su vértice ideológico, no es fácil responder. Lo cierto es que los niños actuales se apartan cada vez más de la concepción moderna, que –quizás por inercia - aún sigue de algún modo vigente en la mente de los padres y en la ideología de las instituciones. Lo cual complica seriamente las cosas: el niño va “adelante” del lugar en que las instituciones, que se supone o suponía que lo formarían, lo conciben. Muchas veces, frente a las evidencias de su fracaso u obsolescencia en esa función, esas instituciones redoblan la estrictez de sus consignas con la intención de que “los diablillos descarriados entiendan cómo son las cosas”. Lo cual no hace otra cosa que ampliar el la distancia que separa el saber institucional establecido de los niños reales. Ello, a su vez, agudiza un contraste que se expresa en numerosas conflictivas.
Nuestra época está decididamente marcada por la llamada revolución informática, la caída del ideal de “progreso”, y una particular desvalorización del esfuerzo como ideal y meta del aprendizaje. Tampoco se puede ya afirmar que el niño sea completamente inocente, carente de sexualidad, dócil o maleable. Se resiste, en cambio, a ser considerado como un “vacío a llenar por contenidos adultos”. Tanto, que los adultos encuentran su territorio un tanto inabordable. Para ello, los niños suelen recurrir a otras redes identitarias, otros grupos formadores de subjetividades, otras técnicas y otras prácticas discursivas que las que ofrecen “los adultos” y la escuela (las denominadas “tribus urbanas” y muchos de los sitios de Internet interactivos de la Web 2.0 que, como veremos más adelante, favorecen dicha congregación). La categorización de frágil e indefenso, como el criterio de la inimputabilidad del niño (o la edad en que lo es), están siendo hoy objeto de revisión desde todos los frentes. El niño-héroe típico de los filmes contemporáneos no es el niño obediente que sostiene los ideales abandonados por adultos malvados como en “El Pibe”, de Chaplín (1921); sino que se libera de las ataduras que le pretende imponer la sociedad “tradicional”, como en “Mi pobre Angelito” de Columbus (1990) o en “Kids” de Larry Clark (1995).
Las prácticas y los juegos predilectos de los niños actuales, más allá de cualquier indicación del adulto, son conectivos y no asociativos (3). Los mercados han tomado en cuenta esto, y sus promociones publicitadas de juegos y juguetes llegan directo a los niños, eludiendo de manera manifiesta los filtros que antes imponían los padres o las instituciones (a los que otrora se dirigían las publicidades). La división por edades que sancionaban qué es permitido, qué no, y a qué edad; tampoco rige como antes, prevalece ahora la idea de que hay una edad privilegiada para todos: la del joven adolescente.
Una razón crucial de todo esto es que la familia actual es atravesada desde todos sus frentes por los massmedia, vinculado ello al impresionante desarrollo de la tecnología informática y que se ha vuelto aliado natural de esos “nativos digitales”: los niños. Mientras que los adultos, así llamados también “inmigrantes digitales”, quedan inevitablemente atrás.
Las prácticas mediáticas ocupan en realidad la vacante que han dejado las instituciones que solían dirigir la educación y crianza. Instituciones que se muestran hoy ineficientes o caducas en esa función. La escuela tradicional, de recursos obsoletos, no logra competir con lo que “ofrecen” los medios; su enseñanza –que en general sigue siendo clásica- es tremendamente aburrida para el niño contemporáneo. Esto suele evidenciarse por una alteración en la “capacidad de atender” lo que para el niño es un monótono, lineal y cronológico remanente de la pedagogía moderna. Lo cual genera serias dificultades en la implementación de los sistemas educativos clásicos, y ha contribuido a inaugurar un novedoso casillero diagnóstico: “el ADD”.
Es como si se supiera que el desafío actual para conformar al eslabón “niño” en la cadena transgeneracional mencionada más arriba, consiste hoy mucho más en prepararse para enfrentar un futuro incierto, líquido, novedoso y variable; que de confirmar un pasado sólido en el que se consolide el supuesto “ser” de cada quién. “El presente es lo único que tengo, el presente es lo único que hay”, dice una canción popular de Julieta Venegas. Aún cuando tal vez esa afirmación sea un poco exagerada si la aplicáramos a la juventud contemporánea, no lo es del todo. Los tiempos del pasado ya no cuentan cómo antes en el sentido de configurar el devenir y por lo tanto no es tan necesario tenerlos en cuenta. Por otro lado hay también una obsolescencia que domina no sólo la tecnología informática, sino también las identidades, la vida de las instituciones y las “formas de ser”: en casi todas las configuraciones el futuro se ha vuelto impredecible y, sin dudas, sin garantía de continuidad causal ni de permanencia de lo que es. Ser que –de existir- ya casi no entra en consideración.
Es por ello, por ejemplo que, como Levy Strauss consideró en los años '50 algo así como una regla: que los juguetes miniaturizaban desde siempre un pasado estable, como si garantizaran una puntada de continuidad histórica (son “una pura esencia histórica”, llegó a decir Baudelaire). En cambio hoy, los juguetes (y los juegos) parecen evocar el pasado, sino más bien anticipar un futuro que no cesa de mostrarse cambiante, transformándose en obsoleto en pocos años. Si observamos los juguetes que usan los niños en la actualidad veremos que éstos miniaturizan un futuro real o imaginado: teletransportaciones, succiones de energía, transformaciones de uno en otro, armas-rayos que desintegran…



Aún así, los niños siguen suponiendo que en sus padres existen las respuestas a los interrogantes para los cuales ellos no las tienen, esta creencia se sigue sosteniendo, aun cuando los padres se muestran inevitablemente anticuados y se revelan pronto como no detentores de todo el saber (4) (así, por ejemplo, al revés que en los tiempos previos son ahora los niños los que suelen enseñar a los adultos “cómo son en verdad las cosas” en el mundo dominado por los avances tecnológicos). De todas formas, los niños, por así decir, siguen siendo niños: juegan creativamente aunque acceden cada vez con más extraordinaria presteza, precisión e inventiva a las herramientas conectivas (5) que les permiten ingresar al mundo de la informática, e incorporan –como siempre lo han hecho- con gran habilidad las coordenadas del medio que habitan. Pero, llegado el caso, también juegan con objetos mucho más simples, como siempre jugaron los niños.

¿A dónde nos podría conducir todo esto?
Tres características cruciales de la denominada web 2.0 (el formato de Internet 2007), manifiestan con claridad el dramático cambio entre las producciones modernas –incluso la de sus héroes solitarios más emulados- y las de la realidad informática actual: a) el crecimiento, la efectividad y el mejoramiento de sus productos es función homogénea y creciente del número de sus participantes que interactúan en las novedosas redes sociales informáticas (las páginas wiki, los blogs, My space, My face, fotologs, You Tube) y en la popular y expandida invasión de graffitis callejeros; b) una suerte de requerimiento ya implícito desde el origen de una producción informática, es la obsolescencia preanunciada de la misma; y, por último, c) se presenta hoy la posibilidad de vivir múltiples realidades no contradictorias sino superpuestas que los medios y ofrecen (second life, el chat, etc.) y que facilitan y/o promueven la posibilidad de “ser otro” y, por qué no, ser múltiples “otros”. Esto último ya se venía anunciando a través de los juegos que cunden entre los niños de hoy con “transformaciones” en las que el personaje se transforma en otro (como Ben 10, Pockémones, Ranma ½); en lugar de los “disfraces” que caracterizaban a los héroes modernos en quienes el personaje es siempre el mismo, pero disfrazado de otro, (como Batman, El Zorro, Superman).
Frente a contrariedades, así como el niño moderno producía síntomas y neurosis, el niño actual apela cada vez más a escindir en lugar de reprimir, a actuar más que a representar, y prefiere definitivamente los flashes de presentaciones instantáneas y alternantes a las narrativas lineales y cronológicas en consonancia con el transcurrir discursivo de los clips, flashes de la TV y del cine actual.
Ahora bien, ¿deberíamos sancionar esto como el fin de la infancia? ¿O, más bien cómo la emergencia de otro tipo de infancia? ¿Deberíamos considerar estas emergencias como una suerte de degeneración del movimiento progresista de La Ilustración del Siglo XVIII? ¿O como un cambo en la manera de abordar la realidad que, a su vez, la trastoca con nuevas formas creativas? A mi entender, hay que cuidarse tanto de caer en una tecno filia como en una tecno fobia inaprensivas. Tal vez no estemos en condiciones de discernir costos y beneficios en lo que está pasando (y, por otra parte, ¿cómo habríamos de saber de qué costos, qué beneficios ni para qué o para quién?). Los cambios asociados a esta revolución informática recién comienzan, estamos en una suerte de Edad de Piedra del devenir informático; y en los aprontes no es fácil diferenciar un acontecimiento transformador de la inminencia de una catástrofe. Quizás, para el mundo del 2040 las producciones de significados subjetivos no sean tan útiles como lo son en un consultorio, un curso de creatividad o un atelier de hoy. Tal vez, en esa fecha ya haya caído el ideal moderno de “ser uno”: los modos de ser, la subjetividad y el yo, quizás estén más asociados a lo múltiple. Podría ser que pronto suceda en todo quehacer lo que acontece ya en las áreas de producción tecnológica, donde se intenta eliminar el error producido por lo que irónicamente se ha llamado factor humano y donde poco importa quién (qué Uno, qué “yo”) fue el que supuestamente creo por sí mismo tal innovación.
Nuestros esfuerzos deberían estar dirigidos, confiando en los niños, no a instigarlos a que vivan su infancia como creemos que se debe vivir, sino a adelantarnos cuanto podamos para entender la realidad en que ellos y nosotros vivimos. De algún modo estar orientados más bien a seguirlos (aunque sea con cierta cautela) que en perseguirlos.
Como alguna vez dijo Wittgenstein, “el mundo es lo que ocurre, y lo peor sería considerar que lo que ocurre es un error”.


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