"Variaciones en el vínculo parento filial lo largo de la historia"
por JULIO MORENO
DEL SEMINARIO DE FLACSO EDUCACION INICIAL Y PRIMERA INFANCIA
El niño actual
¿Qué ocurre en nuestros días?, pregunta
que, por estar en plena transición y por implicar tanto su vértice ideológico,
no es fácil responder. Lo cierto es que los niños actuales se apartan
cada vez más de la concepción moderna, que –quizás por inercia - aún sigue de
algún modo vigente en la mente de los padres y en la ideología de las
instituciones. Lo cual complica seriamente las cosas: el niño va “adelante” del
lugar en que las instituciones, que se supone o suponía que lo formarían, lo
conciben. Muchas veces, frente a las evidencias de su fracaso u obsolescencia
en esa función, esas instituciones redoblan la estrictez de sus consignas con
la intención de que “los diablillos descarriados entiendan cómo son las cosas”.
Lo cual no hace otra cosa que ampliar el la distancia que separa el saber
institucional establecido de los niños reales. Ello, a su vez, agudiza un
contraste que se expresa en numerosas conflictivas.
Nuestra época está decididamente
marcada por la llamada revolución informática, la caída del ideal
de “progreso”, y una particular desvalorización del esfuerzo como ideal y meta
del aprendizaje. Tampoco se puede ya afirmar que el niño sea completamente inocente,
carente de sexualidad, dócil o maleable. Se resiste, en cambio, a
ser considerado como un “vacío a llenar por contenidos adultos”. Tanto, que los
adultos encuentran su territorio un tanto inabordable. Para ello, los niños
suelen recurrir a otras redes identitarias, otros grupos formadores de
subjetividades, otras técnicas y otras prácticas discursivas que las que
ofrecen “los adultos” y la escuela (las denominadas “tribus urbanas” y muchos
de los sitios de Internet interactivos de la Web 2.0 que, como veremos más
adelante, favorecen dicha congregación). La categorización de frágil e
indefenso, como el criterio de la inimputabilidad del niño (o la edad en
que lo es), están siendo hoy objeto de revisión desde todos los frentes. El
niño-héroe típico de los filmes contemporáneos no es el niño obediente que
sostiene los ideales abandonados por adultos malvados como en “El
Pibe”, de Chaplín (1921); sino que se libera de las ataduras que le
pretende imponer la sociedad “tradicional”, como en “Mi pobre Angelito”
de Columbus (1990) o en “Kids”
de Larry Clark (1995).
Las prácticas y los juegos
predilectos de los niños actuales, más allá de cualquier indicación del adulto,
son conectivos y no asociativos (3).
Los mercados han tomado en cuenta esto, y sus promociones publicitadas de
juegos y juguetes llegan directo a los niños, eludiendo de manera manifiesta
los filtros que antes imponían los padres o las instituciones (a los que otrora
se dirigían las publicidades). La división por edades que
sancionaban qué es permitido, qué no, y a qué edad; tampoco rige como antes,
prevalece ahora la idea de que hay una edad privilegiada para todos: la
del joven adolescente.
Una razón crucial de todo esto es que
la familia actual es atravesada desde todos sus frentes por los massmedia,
vinculado ello al impresionante desarrollo de la tecnología informática y
que se ha vuelto aliado natural de esos “nativos digitales”: los niños.
Mientras que los adultos, así llamados también “inmigrantes digitales”, quedan
inevitablemente atrás.
Las prácticas mediáticas ocupan en
realidad la vacante que han dejado las instituciones que solían dirigir la
educación y crianza. Instituciones que se muestran hoy ineficientes o caducas
en esa función. La escuela tradicional, de recursos
obsoletos, no logra competir con lo que “ofrecen” los medios; su enseñanza –que
en general sigue siendo clásica- es tremendamente aburrida para el niño
contemporáneo. Esto suele evidenciarse por una alteración en la “capacidad de
atender” lo que para el niño es un monótono, lineal y cronológico remanente de
la pedagogía moderna. Lo cual genera serias dificultades en la implementación
de los sistemas educativos clásicos, y ha contribuido a inaugurar un novedoso
casillero diagnóstico: “el ADD”.
Es como si se supiera que el desafío
actual para conformar al eslabón “niño” en la cadena transgeneracional
mencionada más arriba, consiste hoy mucho más en prepararse para enfrentar un
futuro incierto, líquido, novedoso y variable; que de confirmar un pasado
sólido en el que se consolide el supuesto “ser” de cada quién. “El presente es
lo único que tengo, el presente es lo único que hay”, dice una canción popular
de Julieta Venegas.
Aún cuando tal vez esa afirmación sea un poco exagerada si la aplicáramos a la
juventud contemporánea, no lo es del todo. Los tiempos del pasado ya no cuentan
cómo antes en el sentido de configurar el devenir y por lo tanto no es tan
necesario tenerlos en cuenta. Por otro lado hay también una obsolescencia que
domina no sólo la tecnología informática, sino también las identidades, la vida
de las instituciones y las “formas de ser”: en casi todas las configuraciones
el futuro se ha vuelto impredecible y, sin dudas, sin garantía de continuidad
causal ni de permanencia de lo que es. Ser que –de existir- ya casi no entra en
consideración.
Es por ello, por ejemplo que, como Levy Strauss
consideró en los años '50 algo así como una regla: que los juguetes
miniaturizaban desde siempre un pasado estable, como si garantizaran una
puntada de continuidad histórica (son “una pura esencia histórica”, llegó a
decir Baudelaire).
En cambio hoy, los juguetes (y los juegos) parecen evocar el pasado, sino más
bien anticipar un futuro que no cesa de mostrarse cambiante, transformándose en
obsoleto en pocos años. Si observamos los juguetes que usan los niños en la
actualidad veremos que éstos miniaturizan un futuro real o imaginado:
teletransportaciones, succiones de energía, transformaciones de uno en otro,
armas-rayos que desintegran…
Aún así, los niños siguen suponiendo
que en sus padres existen las respuestas a los interrogantes para los cuales
ellos no las tienen, esta creencia se sigue sosteniendo, aun
cuando los padres se muestran inevitablemente anticuados y se revelan pronto
como no detentores de todo el saber (4)
(así, por ejemplo, al revés que en los tiempos previos son ahora los niños los
que suelen enseñar a los adultos “cómo son en verdad las cosas” en el
mundo dominado por los avances tecnológicos). De todas formas, los niños, por
así decir, siguen siendo niños: juegan creativamente aunque acceden cada vez
con más extraordinaria presteza, precisión e inventiva a las herramientas conectivas
(5)
que les permiten ingresar al mundo de la informática, e incorporan –como
siempre lo han hecho- con gran habilidad las coordenadas del medio que habitan.
Pero, llegado el caso, también juegan con objetos mucho más simples, como
siempre jugaron los niños.
¿A dónde nos podría conducir todo
esto?
Tres características cruciales de la
denominada web 2.0 (el formato de Internet 2007), manifiestan con
claridad el dramático cambio entre las producciones modernas –incluso la de sus
héroes solitarios más emulados- y las de la realidad informática actual: a) el
crecimiento, la efectividad y el mejoramiento de sus productos es función
homogénea y creciente del número de sus participantes que interactúan en
las novedosas redes sociales informáticas (las páginas wiki, los blogs,
My space, My face, fotologs, You Tube) y en la popular y expandida invasión
de graffitis callejeros; b) una suerte de requerimiento ya implícito
desde el origen de una producción informática, es la obsolescencia
preanunciada de la misma; y, por último, c) se presenta hoy la posibilidad de
vivir múltiples realidades no contradictorias sino superpuestas que los
medios y ofrecen (second life, el chat, etc.) y que
facilitan y/o promueven la posibilidad de “ser otro” y, por qué no, ser
múltiples “otros”. Esto último ya se venía anunciando a través de los juegos
que cunden entre los niños de hoy con “transformaciones” en las que el
personaje se transforma en otro (como Ben 10, Pockémones,
Ranma ½); en lugar de los “disfraces” que caracterizaban a los héroes
modernos en quienes el personaje es siempre el mismo, pero disfrazado de
otro, (como Batman, El Zorro, Superman).
Frente a contrariedades, así como el
niño moderno producía síntomas y neurosis, el niño actual apela cada vez más a
escindir en lugar de reprimir, a actuar más que a representar, y prefiere
definitivamente los flashes de presentaciones instantáneas y alternantes a las
narrativas lineales y cronológicas en consonancia con el transcurrir discursivo
de los clips, flashes de la TV y del cine actual.
Ahora bien, ¿deberíamos sancionar esto
como el fin de la infancia? ¿O, más bien cómo la emergencia de otro tipo
de infancia? ¿Deberíamos considerar estas emergencias como una suerte de
degeneración del movimiento progresista de La Ilustración del Siglo
XVIII? ¿O como un cambo en la manera de abordar la realidad que, a su vez, la
trastoca con nuevas formas creativas? A mi entender, hay que cuidarse tanto de
caer en una tecno filia como en una tecno fobia inaprensivas. Tal vez no estemos
en condiciones de discernir costos y beneficios en lo que está pasando (y, por
otra parte, ¿cómo habríamos de saber de qué costos, qué beneficios ni para qué
o para quién?). Los cambios asociados a esta revolución informática recién
comienzan, estamos en una suerte de Edad de Piedra del devenir informático; y
en los aprontes no es fácil diferenciar un acontecimiento transformador de la
inminencia de una catástrofe. Quizás, para el mundo del 2040 las producciones
de significados subjetivos no sean tan útiles como lo son en un consultorio, un
curso de creatividad o un atelier de hoy. Tal vez, en esa fecha ya haya caído
el ideal moderno de “ser uno”: los modos de ser, la subjetividad y el yo,
quizás estén más asociados a lo múltiple. Podría ser que pronto suceda
en todo quehacer lo que acontece ya en las áreas de producción tecnológica,
donde se intenta eliminar el error producido por lo que irónicamente se ha
llamado factor humano y donde poco importa quién (qué Uno, qué “yo”) fue
el que supuestamente creo por sí mismo tal innovación.
Nuestros esfuerzos deberían estar
dirigidos, confiando en los niños, no a instigarlos a que vivan su infancia
como creemos que se debe vivir, sino a adelantarnos cuanto podamos para
entender la realidad en que ellos y nosotros vivimos. De algún modo estar
orientados más bien a seguirlos (aunque sea con cierta cautela) que en
perseguirlos.
Como alguna vez dijo Wittgenstein,
“el mundo es lo que ocurre, y lo peor sería considerar que lo que ocurre es un
error”.
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